En realidad, los topos no son ciegos, aunque sí es cierto que su visión es muy reducida. ¿Por qué? Muy sencillo: viven debajo de la tierra, en la más completa oscuridad, por lo que sus características físicas se han adaptado al entorno. Para nada necesitan la vista, así que, mientras cavan galerías a gran velocidad, se guían por el olfato.
Los ojos de los topos son muy pequeños, del tamaño de un alfiler, y apenas distinguen los días de las noches. Lo normal es que permanezcan cerrados, o semicerrados. Según algunos estudios, los defectos internos del globo ocular de estos animales no derivan de una enfermedad degenerativa, sino de un incompleto desarrollo de las fibras del cristalino.
En España, es habitual la presencia del topo ibérico, salvo en el norte del Valle del Ebro, en el País Vasco y en Cataluña, donde es sustituido por el topo común o europeo.
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